jueves, 24 de septiembre de 2009

Los cursis amantes

Las relaciones comienzan y acaban y cuando tienen que acabar se deben acabar. Sin embargo, él no podía terminar aquella relación porque le faltaba valor. Mejor dicho no quería estar sólo. Para ser más especifico quería evitar esos siete o veinte días o dos meses en los que tendría que decir que había terminado su relación de pareja e inventar una historia o quedarse en silencio cuando le preguntaran por ello. Ella, no podía acabar esa relación por su visión empresarial de las cosas, para ella todo tenía solución; para ella, abandonar esa relación seria como abandonar un proyecto donde un tiempo atrás se trazaron expectativas aún no cumplidas, para ella sería como fracasar en un negocio o algo por el estilo, aunque en realidad no terminaba su relación porque le faltaba valor.

Él conoció a Estela por Antonella. Él conoció a Antonella por un anuncio de las páginas rosas del diario. La situación en la que ella conoció a Carlín no son claras. Sólo se sabe que lo conoció, pongamos por las redes sociales de internet o en algún café de la zona taciturna de Lima, por una amiga en común o por la universidad, el punto es que se conocieron como dos jóvenes comunes y corrientes se conocen. Con el tiempo ella valoró en Carlín los detalles que la hacían sentirse querida, importante, mujer. Detalles que él, como pareja, no tenía con ella. Al menos con la continuidad que tal vez ella requería. Carlín le escribía versos, la invitaba a tomar un café, le contaba sus problemas y le pedía consejos que aceptaba sin pensar, la alababa como a una diosa. Ella sabía que no era una diosa, pero se sentía edificada. Eso, a él no se le pasó nunca por la cabeza, aunque tenía claro que todas las mujeres del mundo siempre esperan lo mismo, nunca lo hizo y cuando lo intentaba en su habitación a solas, esperando sorprenderla, se sentía un ridículo.

Estela le daba buen sexo. Tal vez para él, el mejor sexo que probó y probaría en toda su vida. Como toda puta, sabía lo que tenía que hacer, en qué momento hacerlo y por cuánto tiempo. Le bastaba una sacudida o un apretón de sus músculos vulvares cuando él estaba dentro suyo, para hacerle vivir lo que pensaba ya no podría vivir. Una sola sacudida hacia que su alma se desprendiera de todo su cuerpo, pero en partes. Era extraño realmente. Él decía que Estela con un solo movimiento podía hacerle perder el sentido del tiempo y del espacio. Del espacio, porque parece que puedo verme a mí mismo dentro de ella por todos los ángulos del lugar donde follamos y del tiempo porque una vez sacudiendo su trasero delgado y motor, genera una descarga eléctrica por todo mi cuerpo que parece que es inevitable la “venida” y sin embargo no es así. Desde cierto punto, también es doloroso.

Con ella, hacían el amor como toda pareja, se puede decir que ambos lo disfrutaban. Pero no bastaba Ya no bastaba.
Él sabía que era un mal enamorado, que en algún momento ella entendería ello, que lo dejaría, que se aburriría de él, que no soportaría sus celos ni sus depresiones y fatalismos. Ella sabía que llegaría el día en que él la acabaría, o mejor dicho el día en que la aburriría para que ella misma tomara la decisión de acabarlo. Hasta que llegara el momento, ambos decidieron jugar con fuego. Y digo con fuego, no por el hecho de cornearse mutuamente, no. Es peor, con fuego, porque ambos no querían perder sabiendo las expectativas del otro. Era un reto de egos. Claro que ella sabía que él iba a perder. O mínimo que sufriría peor que un perro en una facultad de veterinaria. Como cuando se enfermó al descubrir que ella hablaba con su amigo “favorito” de la misma forma que le hablaba a él, con el mismo cariño y dedicación, con las misma palabras, los mismos te quieros, los mismos tú sabes que eres el único y que no tienes que preguntarlo; al comienzo quiso tomarlo como algo anecdótico, pero cuando le pregunto al respecto, le respondió con tal indiferencia, con tal frialdad, que se le removió el estomago y se enfermó. Estuvo dos días en cama. ¿Y ella? Él nunca supo donde estuvo.

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